La
educación básica ha de proporcionar, por tanto, de
forma equilibrada, una orientación
personal, académica y profesional. De esta manera se
busca la conexión con
la vida presente y una adecuada transición a la vida adulta.
Esta transición debe darse en igualdad de condiciones,
reconociendo que se parte de una descompensación que habrá
que tratar de corregir.
Esta
orientación contrasta con la escuela tradicional (hoy dominante)
que desplaza lo básico por lo preparatorio para etapas
posteriores de estudio: relega los aprendizajes funcionales por los aprendizajes
memorísticos; la cultura del medio por la cultura académicamente
consagrada; el tratamiento global de la realidad, por el
compartimentado; y las capacidades que favorecen la autonomía
personal por un tratamiento rígido y planificado de lo que se ha
de aprender.
También la educación básica es un derecho humano fundamental, y es inherente para todos los niños y
niñas. Es crucial para nuestro desarrollo como individuos y de la
sociedad, y contribuye a sentar los cimientos para un futuro mejor y
productivo. Velando por que los niños y niñas tengan acceso a una
educación de calidad, basada en los derechos fundamentales y en la
igualdad entre los géneros, estamos creando una onda expansiva de
oportunidades que incidirá en las generaciones venideras.